Hay un considerable número de pruebas que demuestran el hecho ciertamente sorprendente de que la Biblioteca del Museo Británico, además de sus múltiples servicios, desempeña muchas de las funciones de un manicomio privado. Hombres y mujeres, que en una época menos humana habrían estado aullando en Bedlam sobre un montón de paja [1], van y vienen silenciosamente por ese vasto palacio del conocimiento, saquean una sabiduría secular y son atendidos por los funcionarios del Estado. Se dice que no es raro que las familias que tienen un loco inofensivo a su cargo lo envíen a la Biblioteca del Museo Británico para que se entretenga con dinastías y filosofías, igual que un niño enfermo juega con sus soldaditos. Sea cierto o no, la verdad es que este templo colosal de los pasatiempos tiene todo el aire de contener muchas tragedias, porque, sin duda, con frecuencia una afición implica una tragedia.
Ahí van los amores que se marchitan,
los viejos amores de alas fatigadas;
y las cosas muertas hasta allí arrastradas,
En
esa biblioteca pueden verse personajes tan extraños y deshumanizados que
podrían haber nacido y muerto en la Biblioteca sin ver la luz del sol. Parecen
un pueblo fabuloso y subterráneo, los gnomos de las minas del conocimiento.
Pero sería apresurado e irracional decir que todo eso equivale a la locura. El
amor de una rata de biblioteca por los viejos folios mohosos podría, con
facilidad, ser más cuerdo que el amor de muchos poetas por el sol y el mar. El
inexplicable apego de algún viejo profesor por un raído sombrero viejo puede
ser un sentimiento vital mucho menos enfermizo que el antojo de alguna frívola
dama de la sociedad por un vestido de Worth’s. Se olvida con demasiada
frecuencia que los convencionalismos pueden ser tan morbosos como los
anticonvencionalismos. Por supuesto, no hay una definición absoluta de la
locura, excepto la definición que todos aceptaríamos de que la locura es un
comportamiento excéntrico por parte de otra persona. Sin duda, es una
exageración absurda decir que todos estamos locos, pero lo cierto es que
ninguno de nosotros está totalmente cuerdo, igual que no hay ninguno de
nosotros que esté totalmente sano. Si apareciera en el mundo una persona
totalmente sana sin duda habría que encerrarla. La terrible simplicidad con la
que pasaría por alto nuestros triviales achaques, nuestras amargas vanidades y
nuestra maliciosa suficiencia; la elefantiásica inocencia con la que ignoraría
nuestras ficciones de civilización, lo convertirían en algo más desolador e
inescrutable que el rayo o un animal de presa. Es posible que los grandes
profetas que la humanidad tomó por locos en realidad fueran presa de una
impotente cordura.
1. Denominación popular del Bethlem Royal Hospital de
Londres, la primera institución inglesa creada para el cuidado y confinamiento
de los enfermos mentales.
2. Los versos proceden del poema «El jardín de Proserpina»,
del poeta romántico inglés Algernon Charles Swinburne (1837-1909).
:: Lunacy
and Letters [La locura y las letras] de C. K. Chesterton (publicado en 1958).-
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